La Constitución española dispone de dos mecanismos de reforma: el agravado y el exprés.
El agravado (art. 168 CE) es un procedimiento lento y garantista, que obliga a disolver las Cortes y a convocar referéndum, entre otros pasos de cierta enjundia. El procedimiento agravado sólo es obligatorio para una revisión total del texto, o para una modificación de cualquier artículo donde se regule la forma del Estado y los derechos personalísimos de los ciudadanos, entre otras materias de importancia jurídica nuclear (en concreto, todos los artículos comprendidos en el Título Preliminar, en el Capítulo 1º, sección 2ª del Título I o en el Título II).
El procedimiento exprés se emplea para reformar cualquier otro apartado de la Constitución, y consiste en poco más que una votación de tres quintas partes de las cámaras. Es un procedimiento ya empleado en 1992 para realizar cambios cosméticos en el artículo 13.2 con el objetivo de entrar en el Mercado Común, luego Unión Europea.
La reforma costitucional se regula en el Título X. Por lo tanto, un gobierno malicioso que quisiera socavar los engorrosos trámites de reforma agravada sólo tendría que reformar primero, y por la vía exprés, el título X, para después toquetear a su antojo el artículo que quisiera. Es lo que se conoce como reforma en dos tiempos, o (en informática), puerta trasera.
La reciente propuesta, hecha contra todo pronóstico por Zapatero hace un par de días, de reforma de la Constitución (hasta ahora intocable) me ha recordado ese pequeño detalle que poca gente conoce. ¿Esa puerta trasera es un error de programación o es intencionada? Nunca lo sabremos, aunque mi aracnosentido me lleva a pensar que es intencionada.
La democracia no es un sistema político eterno. Ni siquiera estable. Es sólo una mutación más de la organización del Estado, y el Estado es a su vez es una mutación hiperadaptada de la organización social.
El viento de la Historia lleva soplando fuerte desde 1989, y desde entonces sigue arreciando cada vez con más energía, liberando tensiones que parecía que habían quedado sujetas tras la Segunda Guerra Mundial. El llamado Bloque del Este fue la primera región de Eurasia en desplomarse por efecto de esa aceleración histórica. Sus contradicciones políticas y económicas (y no un papa, como piensan algunos ingenuos) consiguieron en poco tiempo lo que la guerra fría, el rearme y la propaganda no lograron en más de 40 años. Ahora, por lo que se ve, la mutación ha llegado a las puertas de nuestra casa. Las democracias occidentales (el resto de Eurasia y Norteamérica), sumidas en sus propias antinomias, continúan su propio proceso de mutación (descontrolada o no) para adaptarse a un contexto económico y político nuevo. Al haber absorbido el modelo occidental, casi todas las regiones del mundo han de verse afectadas por la turbulencia.
Dado que no podemos hacer otra cosa que mirar hacia atrás, como le ocurría al Ángel de la Historia de W. Benjamin, carecemos aún de los conceptos necesarios para entender el mundo del futuro. Pero si podemos apreciar en la primera teja que cae al suelo los primeros efectos de un huracán mucho antes de que llegue, tal vez podamos ver la enésima prueba de los cambios que se avecinan en esa propuesta absurda, ilegítima, decadente y fuera de tiempo y lugar, del señor Zapatero. Recuerden: la democracia no es eterna.
Angelus Novus.